Duermes pensado en esa persona. Conoces cómo es su familia, todas las historias que le preocupan o le hacen feliz. Sabes el día en que nació, sabes lo que desayuna y cómo, cuanto le gusta el café. Usas su ropa para estar por su casa y sabéis que, si la telepatía no existe, vosotros tenéis algo que se le parece mucho. Sonríes cuando te mira.
Se lo cuentas todo. Quién te ha hecho daño y a quién le has hecho daño. Conoces todas sus fortalezas y, sin pedirlo, sus puntos flacos. Lo que ve cuando se mira al espejo. Si quiere tener hijos o no. Imaginas como serían. En lo que piensa cuando se mete en la cama y cómo es en ella. Sus pasiones. Habláis del pasado, del presente y del futuro, de lo que dijiste que nunca harías y aun así haces. Habláis hasta de lo que no quieres hablar.
Le prestas dinero, le prestas tu teléfono. Estás ahí. Lloras y pierdes las horas de sueño que hagan falta. Le sorprendes con pasteles de carne y apareces en su casa para preparar algo juntos. Siempre recuerdas su cumpleaños, aun sabiendo que puede que él no recuerde el tuyo.
Dormís en la misma cama, con los brazos y las piernas entrelazados. Vuestros labios se llegan a tocar en alguna ocasión. Tenéis bromas internas que dura mucho tiempo y canciones clave que cantáis al llorar, gritar o reír.
Los recuerdos nunca son amargos, ni ambiguos. Simplemente decides disfrutarlos. Lo haces todo con ellos con la ilusión de la infancia hasta que, un buen día, te das cuenta de que le quieres. Pero él no es para ti.
Y de repente. Se va. Se aleja. Vas viendo a modo de espectadora cómo te aparta, como un cuadro torcido que no puedes recolocar. Como un pelo en la cara que no llega a quedarse detrás de la oreja. Como una pestaña que se quedó en su pómulo y no puedes soplar.
No es un contrato que tú firmaras, ni un acuerdo al que accedieras. No es un camino que hayas escogido tras descartar otras opciones, por lo que te quedas sin personas a las que culpar más allá de la que eres tú. Pero no hay nada por lo que debas culparte, porque está en tu ADN. Eres la chica con la que todos quieren casarse, pero con la que nadie va a salir.